Cuando Henri Nouwen pasó toda una tarde en el Museo Augustiner, en Friburgo, meditando en la escultura de madera de Cristo en un burro (Christus auf Palmesel) descubriría una de las más emotivas figuras de Cristo que hubiera conocido antes.
Pensada para trasladarse en una carretilla en la procesión del Domingo de Ramos, la escultura vino originalmente de Niederrotweil, una pequeña ciudad cercana al Rin, cerca de Friburgo. El rostro alargado y delgado de Cristo, de frente amplia, mirada introspectiva, cabello largo y barba hendida, mantuvo a Nouwen cautivado con el misterio de su sufrimiento.
Nouwen escribe en El camino al amanecer, que “a medida que entraba en Jerusalén, rodeado de gente gritando:¡Hosanna! Jesús parece completamente concentrado en otra cosa. No observa a la multitud emocionada. No los saluda. Está viendo más allá del bullicio a lo que sucedería en las siguientes horas: un viaje agonizante de traición, tortura, crucifixión y muerte. Su mirada, que parece perdida, logra ver lo que nadie a su alrededor puede ver; su frente amplia refleja un conocimiento de las cosas que vendrán más allá de nuestro entendimiento”.
Nouwen percibió la melancolía y la tranquila aceptación en su expresión facial, un atributo de la volubilidad humana. Asimismo una inmensa compasión, con un profundo conocimiento del indescriptible dolor que sufriría, y también de la enorme determinación de cumplir la voluntad de Dios. Pudo ver en esa estatuilla de Cristo, un amor profundo y sin fin que lo abarca todo y a todos, producto de la intimidad con Dios. Al verla recordó que Cristo lo vio con todos sus pecados, vergüenza y culpa, y de esa forma lo amó, con todo su perdón, misericordia y compasión.
“Sólo estar con él en el Museo Augustiner es como una oración–escribió–miro, y miro y miro, y sé que Él ve puede ver en lo profundo de mi corazón. Y no tengo miedo”.
Una terrible advertencia
No obstante, es notorio que cuando leemos los capítulos de Mateo 21-25, que describen la semana previa a la Crucifixión, Jesús no parece estar preocupado con el sufrimiento que está por venir, hasta el capítulo 26, dos días antes de la Pascua. Otra cosa parece ocupar sus pensamientos al momento en que las multitudes lo vitorean al entrar a la ciudad antigua.
Prestar atención a sus acciones y parábolas: La Purificación del templo, La Maldición de la higuera, La Parábola de los dos hijos, La Parábola de los labradores, seguido por La Parábola del banquete de bodas (capítulo 21 y 22). Ninguna de éstas se centra en su próxima muerte. Leer los siete ayes contra los fariseos, a los que llama “serpientes” y “generación de víboras”, y la terrible advertencia de la casa desierta: Jerusalén y el templo serán destruidos, como Jesús aclara en el siguiente capítulo a sus incrédulos discípulos.
Hasta el momento, únicamente ha hecho una referencia no muy clara a su próxima muerte: la historia de los labradores malvados que mataron al hijo del dueño. En lugar de eso, habla de su anhelo de reunir a los hijos de Jerusalén, pero ellos no quisieron. Aunque antes de su llegada a Jerusalén hizo referencia en tres ocasiones a sus discípulos acerca de su sufrimiento y muerte que estaban por venir (16:21, 17:22, 20:17), y no hace otra mención hasta unas horas antes de la Pasión.
Hilo conductor
¿Qué es lo que estaba pensando? ¿Cuál es el hilo conductor entre estas historias y sus acciones? ¿No tenía carga por la suerte de Israel y de los judíos que no habían reconocido el día de su visitación? La purificación del templo (una casa de oración para todos los pueblos, convertida en un centro de comercio) representaba el juicio sobre aquellos que habían olvidado el propósito de su elección: como una luz a las naciones. La higuera se maldijo por ser infructuosa. ¿Quién era el hijo que accedió a hacer la voluntad del padre pero no lo hizo? Y ¿quién era el que inicialmente se negó pero al final terminó obedeciendo? El banquete de bodas habla de los invitados (judíos) quienes estaban muy ocupados para asistir; entonces los parias (leer gentiles) fueron invitados en su lugar.
Para mí, el pasaje clave es la historia de los labradores malvados (21:33-46) que matan a los mensajeros del dueño, y después matan a su propio hijo pensando que tendrían la posibilidad de quedarse con la propiedad. Jesús le pide a la multitud juzgar “¿Qué hará el dueño con aquellos labradores?”. Todos conocen la respuesta correcta: “Llevará a esos malvados a un final miserable, y arrendará su viña a otros labradores que le den el fruto que le corresponde”.
“¡Exactamente!”, respondió Jesús. Y añadió: “Por lo tanto el reino de Dios será quitado de vosotros, y será dado a gente que produzca frutos”. Sin duda, este es uno de los versos más tristes en el Nuevo Testamento. Mientras que Pablo nos da razones sobre la esperanza para Israel y los judíos (Romanos 9-11) Jesús no lo hace.
¿No podríamos también leer las implicaciones trágicas del rechazo de Israel a su Mesías en la cara de ese Cristo de madera?
Hasta la próxima semana,