¿Pornógrafo o moralista?

febrero 16, 2016

La primera pregunta que muchos se hacen cuando tratan de entender la pintura de Jerónimo del Bosco es: ¿Qué tipo de drogas tenían a finales del siglo XV? ¿Qué desencadenó esa imaginación desbordante y fantasía surrealista que inspiraría a artistas como Brueghel, Goya y Dalí?

Por motivos de agenda, me dirigí la semana pasada a la ciudad holandesa de sHertogenbosch o Den Bosch, y caminé en la plaza central donde El Bosco viviría desde 1450 hasta su muerte en 1516. A dos puertas del hotel del lugar de reunión, se encuentra una zapatería donde muchas de sus creaciones fueron pintadas hace cinco siglos atrás. La mayoría de esas pinturas y dibujos están ahora dispersos alrededor del mundo en los principales museos.

La ciudad era un hervidero de actividad. Acababan de limpiar después de haber pasado las frivolidades de carnaval y se preparaban para la apertura de una exposición importante. Visiones de un genio, con motivo del 500 aniversario luctuoso. Aunque ninguno de sus bocetos permanece en Den Bosch, este evento está trayendo de vuelta a “casa” la mayor parte de sus obras más famosas. Veinte pinturas, diecinueve dibujos, además de varios trípticos. El rey Guillermo Alejandro estaba previsto al día siguiente para inaugurar las siguientes diez semanas de eventos, con una ceremonia en la Catedral de San Juan (Sint Jan´s).

Los antepasados de Jerónimo vinieron de Aquisgrán (Aken) Alemania, cruzando la frontera y estableciéndose en 1426 en Den Bosch, que para entonces era un importante centro económico, cultural y religioso. El padre, Antonio van Aken, nombrado así en ausencia del padre, bautizó a su hijo como Jerónimo van Aken, tras otro famoso padre ausente, Hierónimo o Jerónimo (estos dos santos serían temas recurrentes en su obra). Posteriormente, siguiendo la práctica de muchas artistas y estudiosos de la Edad Media, Jerónimo cambiaría su apellido por el de Bosch, como su ciudad natal.

¿Alucinógeno?

En la plaza de la catedral me encontré caminando entre extrañas recreaciones de la mente fértil de El Bosco: ángeles, demonios, orejas gigantes, sirenas que montan peces voladores, sacerdotes borrachos, mujeres lascivas y monstruos con cuerpo de huevo y patas de pollo gigante, colgarán en los próximos meses de las farolas y aparecerán saliendo de las aceras.

Entonces ¿dónde comenzamos a descifrar la obra de este hombre, que ha sido catalogado como un pornográfico inducido por efectos alucinógenos? “El Jardín de las Delicias”, por ejemplo, representa una visión onírica de hombres y mujeres que participan en toda clase de comportamiento burdo y profano. Por lo que nos sorprendería saber que este trabajo fue probablemente comisionado por Enrique III, Conde de Nassau, a quien se le encargó la educación del futuro emperador Carlos V.

Más sorprendentemente puede ser que el propio Bosco fue un hombre de profunda fe, estrechamente asociada con un movimiento de renovación de comienzos del Renacimiento, Los Hermanos de la Vida Común. Esta fraternidad, que se originó en los Países Bajos a finales del siglo XIV, promovía una Devotio Moderna, que se enfocaba en las enseñanzas de Cristo. El libro más famoso de este movimiento fue el de Tomás de Kempis, La Imitación de Cristo.

Los hermanos fueron pioneros en la educación para todos, ricos y pobres, para que pudieran leer y tener una relación personal con Dios. Que prefirieran el bien y no el mal, y fueran responsables de sus propias acciones, imitando y buscando la perfección de Cristo.

Bestialidad

En la obra surrealista de El Bosco, la lucha entre entre el Bien y el Mal es un tema central, expresado en un imaginario visionario, arraigado en la cultural popular de la época. Entonces, ¿qué se supone que debía imaginar el Conde de Nassau cuando vio el tríptico colgando sobre su cama en su palacio de Bruselas? Concretamente: que los hijos de Adán y Eva alcanzan conocimiento carnal en el materialismo y sensualismo, y confunden los sentidos con verdadera espiritualidad; que las “delicias terrenales” con sus recompensas a corto plazo, deberían ser negadas en favor del bien eterno.

Por ejemplo, las intenciones del Bosco se pueden entender más claramente en el “Cristo con la Cruz a Cuestas”. El escenario de la crucifixión muestra a Cristo rodeado de rostros grotescos de los que lo atormentan, revelando la bestialidad de aquellos que escogen el mal. En “El carro de heno” también se muestra la vanidad de las riquezas materiales, haciendo eco de las advertencias de Tomás de Kempis sobre el pecado que viene del apego al reino terrenal, un tema central en todas las pinturas del Bosco.

En la parte superior izquierda de la pintura vemos al Duque de Borgoña, al Papa Julio II y al Emperador yendo detrás de riquezas terrenales, rodeados de frenéticas personas, desesperadas por tener su parte. Sin embargo, en una nube por encima de toda la escena, el Cristo resucitado es ignorado por todos, excepto por un ángel que le adora. El Bosco retrata un arte atemporal, que Tomás de Kempis describe en palabras inmortales:

Vanidad es, pues, buscar riquezas perecederas y esperar en ellas. También es vanidad desear honras y ensalzarse vanamente. Vanidad es mirar solamente a esta presente vida y no prever lo venidero. Vanidad es amar lo que tan presto se paso: y no buscar con solicitud el gozo perdurable. Procura, pues, desviar tu corazón de lo visible y traspasarlo a lo invisible.



Hasta la próxima semana,

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